En Londres, como ya dije, hay mucho que hacer, mucho que ver
y mucho que vivir. Y no, no sólo llueve y hace frío. Dejemos atrás los
prejuicios, porque también hay días de sol que enamoran más que nunca porque
son un bien poco común.
Por suerte, los estoy absorbiendo todos. Cuando despierto
por la mañana y veo que un rayo cegador no me deja abrir los ojos pienso: hoy
va a ser un buen día. Y me lanzo a las calles, a los parques.
Una de las cosas que más admiro de la gente que vive en esta
ciudad es la capacidad de hacer vida de puertas para fuera. Los mercados de
comida callejeros lo corroboran. Es increíble como aprovechan las treguas que
les da el tiempo. Yo me he adaptado a la perfección a esa forma de vivir. Me
gusta probar la comida callejera o andar con un café en la mano. Será que no
quiero perderme nada.
Poco a poco he ido creando mi lista de parques favoritos, a
los que os llevaré sin dudar cuando vengáis a visitarme. Los Jardines de
Kensington tienen una magia espectacular. Están presididos por el palacio de
Kensington, donde vivió Diana de Gales, esa princesa plebeya. No sé si eso
tendrá algo que ver pero se respira realeza batida con un halo de misterio. Un
gusto para los sentidos, oigan.
El que descubrí el otro día y me dejó francamente
sorprendida fue Regent Park. Lleno de recovecos y de flores. Pasadizos secretos
donde imaginar juegos de niños. Bancos para sentarse a filosofar y tímidos
rayos de sol.
Y por último el parque de las fotos, Green Park. Es pequeño,
sutil, sin grandes aspiraciones. No tiene nada especial, sólo las hamacas de la
entrada que te animan a sentarte y disfrutar de un buen libro. Pero te
transmite libertad absoluta, ganas de comerte el mundo.
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Foto: JCVelez |
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