14/2/19

Cupidos en paro



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Vivimos una crisis inabarcable, inasumible e interminable que no solo afecta a la economía, a los valores, a la ética. También se ha cargado el amor. O quizás es la edad – la mía - que elimina los adornos y te escupe a la cara la verdad más cruda para que la gestiones como buenamente puedas.

Cada vez son más las veces que me observo en conversaciones puramente pragmáticas sobre parejas, matrimonios o hijos. Las mariposas están en peligro de extinción y nadie hace nada por recuperarlas.

“Pero, ¿qué sabrás tú del amor?” - Buena pregunta -

Lo que sé es que el amor es el sentimiento menos pragmático del mundo, que elimina de un plumazo prejuicios, razones y los principios más inalterables. Que, a veces es una explosión momentánea y a veces, es un río que a medida que avanza aumenta su caudal para desembocar en un gran océano. No puedes combatirlo, no puedes blindarlo. El amor siempre encuentra el recoveco perfecto para colarse y cambiarlo todo.

Del amor también sé que, para ser amor, tiene que ser justo y generoso. Que lleva intrínseca una admiración irracional y una amistad naif. Que no termina nada, que lo empieza todo. La aventura, la fiesta, los brindis. Que se lleva miedos y regala coraje. Que no es pasajero, es infinito.

Que no hay droga que sustituya lo que sientes tras su mirada. Que a veces te hace frágil, pero casi siempre te convierte en “Hulk con las uñas pintadas de rojo”. Que las palabras “ven” y “podemos con esto” pueden catapultarte a otra dimensión y cambiarte la vida. Que hay que seguirlo, hay que seguir el instinto.

Que es libertad, primavera desbocada. Pero es inmenso, y la inmensidad a veces está reñida con esta época de fugacidad, caracteres y filtros. Que no es común – y no siempre es correspondido -  pero si hay chispa, hay que dejar que prenda. Y que estalle. Y que nos lleve con ella.

Que no suele ser la elección más fácil, es arriesgado y a veces conlleva renuncias. Pero siempre (siempre) merece la pena.

Ana.