26/9/12

No exit to airport


Me hace mucha gracia cuando el comandante habla a los pasajeros y les desea Feliz Vuelo. Pero qué paradoja! Un vuelo JAMÁS es feliz. Yo los sufro profundamente y, aunque me encanta viajar, cuando estoy a punto de despegar desearía teletransportarme.

Esta vez no iba a cambiar el asunto, se repitió la historia. Tuve que hacer una yincana hasta llegar a mi puerta de embarque: “quítese los zapatos” “quítese la chaqueta” “saque el ordenador” “saque la bolsa de aseo”, y a esto le sumamos mis 4 kilos de más en el equipaje de mano. Como os imaginaréis mis movimientos estaban francamente limitados.




Esto fue sólo el principio, ya que una vez que me coloco en la fila para embarcar, oigo una voz que dice que mi vuelo se retrasará 2 horas. Pues dos horas leyendo en una cafetería “de lujo” del aeropuerto (no es que los productos fueran gourmet, pero con lo que valía una botella de agua me pido tres cañas en Madrid). Terminé un libro y empecé otro que por poco también finiquito.

Se acercaba la hora de embarcar, y decidí colocarme en la fila. Para mi sorpresa, la fila se había cuadruplicado y por poco me quedo en tierra. Mi equipaje de mano tuvo que ser bajado al maletero gigante del avión. Si a mi ansiedad por volar le sumo los nervios que me entraron pensando que me iban a robar todo lo que tenía en la mochila da como resultado un amago de infarto que no pudo ir a más porque estaba tan agotada que me quedé en coma tras el horrible despegue.


Después de una cabezada con lesión de cuello incluida, me despierto. Por supuesto la sensación de muerte inminente seguía latente y despertó conmigo. Otra vez los nervios. Además el comandante vuelve a coger el micro (que le gustaba el protagonismo, vaya) y nos comenta que quiere disculparse por el retraso, y que intentará llegar lo en el menor tiempo posible. Esto significaba hacer el trayecto Madrid – Londres más rápido de la historia.

Pues bien, se acerca el momento del aterrizaje, me tiemblan las manos y se me nubla la vista. El avión empieza a hacer movimientos cual caballo salvaje. La gente sin inmutarse y ya pensaba en mandar un mensaje de despedida a todos mis conocidos porque creí que de esta no salía viva. Al final no fue para tanto, aterrizó mejor de lo que me esperaba y pude salir pronto del avión.



Los nervios duraron hasta que cogí mis 39 kilos de equipaje y comprobé que todo estaba en orden. Así que cogí el tren (bendito tren) para encontrarme con otro de los protagonistas de esta aventura, mi primo Carlos, buen samaritano que me acoge hasta que me contesten de alguna casa que quiera contar con mi presencia.

Pero esa es otra historia, todavía queda mucho que contar.

Ya no hay marcha atrás, así que feliz vuelo.

2 comentarios:

  1. Creo que comparto al 100 % tu miedo a los aviones.
    "por supuesto la sensación de muerte inminente seguía latente" jaja! sí, a mi tb me pasa.

    ResponderEliminar
  2. ¡jaja! ¡pero qué exagerada! Y con la muerte en los talones...

    ResponderEliminar