Pokhara y la Pagoda de la Paz Mundial

Pues sí, después del viaje infernal conseguimos situarnos en Pokhara, y aunque no tuvimos mucho tiempo para conocerla más a fondo, lo que vimos fue alucinante.

El sábado lo teníamos totalmente planeado: comeríamos enfrente del lago un buen desayuno de campeones para después cruzarlo en un bote y subir a la Pagoda de la Paz Mundial que está en lo alto de una montaña. Esto, así escrito, suena fácil y rápido, pero no.

El sol apretaba aún entre las nubes, y la humedad era muy intensa. El lago lo cruzamos sin problemas. En el embarcadero que había al lado de la terraza en la que desayunamos cogimos un bote para cruzar al otro lado. Aunque ofrecen varias opciones, elegimos que nos llevaran y así poder bajar por un camino alternativo.

Al llegar a la otra orilla nos dimos cuenta de lo alta que estaba la famosa Pagoda. Mi madre se paró en seco y dijo que no subía, por suerte mi persuasión fue más fuerte que su cabezonería, y aunque le costó un poco consiguió subir, que es lo importante. No creo que se arrepienta de ello porque la dichosa Pagoda es impresionante.

Después de una hora y media de trepar por la montaña, te la encuentras casi sin esperarla, en mitad de la nada, rodeada de vegetación y trasmitiendo una paz exquisita. Cuando llegas te das cuenta que el camino mereció la pena. Las vistas desde arriba son impresionantes, se puede observar la ciudad de Pokhara, las montañas que la rodean y el omnipresente lago.

Por desgracia, el monzón nos impidió ver los picos del Anapurna, espero que la próxima vez que visite esta ciudad, esté esperándome majestuosamente. Para bajar escogimos un camino alternativo, altamente recomendable. Se ven pequeñas aldeas, cataratas y arroyos que merecen la pena.

Un viaje corto, pero intenso. Pokhara es una buena opción para alejarse del caos y bullicio de Katmandú y respirar tranquilo. Un destino imprescindible.